En el terreno de la lucha social, uno de los peores mecanismos para la deshumanización ha sido la llamada espiral de violencia. Cuando ella se desata e intensifica, la historia, por lo general, enseña que comienza la elaboración de la victoria de las fuerzas del régimen en el poder, las cuales monopolizan en gran parte el uso de la violencia material. De ahí que reiteradamente la estrategia oficial pasa por sembrar una ‘inseguridad ciudadana’, un aterrorizamiento, un miedo al caos social, para que la mayor demanda colectiva recaiga entonces en la búsqueda de falsas seguridades y la consiguiente mesiánica intervención armada policial o militar. Muchas veces se trata de una provocación que el poder y cierta cultura legítima reproducen mutuamente entre sí, con o sin conciencia de sus consecuencias, según el gradiente de honestidad. Es el México de hoy.
México está actualmente inmerso en crecientes condiciones de guerra interna, de muy diferentes características según los territorios e identidades de la población, se ha sembrado una peligrosa polarización en la sociedad, que es más fácil reproducir que romper. Se construyen chivos expiatorios por todos lados; buscar la verdad y oír otras voces se convierte en un “ataque a la patria”. La historia enseña mucho acerca de estas construcciones totalitarias y militaristas, en medio de la debilidad de regímenes que no están dispuestos al juego de la alternancia democrática.
Por otro lado, nuestro país está, desde hace años, atravesado por importantes movimientos de masas que reivindican causas muy legítimas y justas, a partir del método de lucha social de la resistencia civil pacífica (zapatismo, APPO, petróleo y fraude electoral, defensa de recursos naturales, etc.). Esta forma de lucha tiene, históricamente, su principal arma en la acumulación de fuerza moral, que ciertamente se da en paralelo con una acumulación de fuerza material (cuerpos, objetos y territorios), pero centra su estrategia y táctica en la impugnación moral, misma que nace de la fuerza del conocimiento (como dirían Piaget y Marín) o de la fuerza de
En la actual lucha magisterial morelense, la brutal represión al pueblo de Xoxocotla y su valiente resistencia, así como el desalojo carretero con violentos enfrentamientos y detenciones por parte de fuerzas policiales y militares, marcan una nueva etapa en este proceso de lucha social. Hay que detenerse un momento a reflexionar (la primer arma) acerca de los planos estratégicos y tácticos ejercidos hasta ahora por las fuerzas en pugna e intentar así construir algún tipo de conocimiento útil para que esta lucha avance en su justa causa. Seguir de largo en esta vorágine sólo llevaría a más violencia y dolor, sin frutos concretos para el bien de la educación estatal y nacional, que es lo que todos deseamos. Los maestros y pueblos que se han unido en lucha han dado muestras de reflexión al desalojar los bloqueos y el plantón en el zócalo capitalino, comprendiendo que sólo eran objetivos tácticos pero no estratégicos, sabiendo que podían cambiarlos por otros más eficaces si la espiral de violencia se incrementaba. Los maestros precisamente son un gremio que de partida cuenta con una imagen social (a pesar del sindicalismo charro) y fuerza moral positiva, además de que su especialidad debiera ser trabajar en la construcción del conocimiento colectivo. Sin embargo, ¿por qué el gobierno ha centrado todas sus tácticas en minar la fuerza moral del magisterio rebelde? Precisamente porque conocen esa variable decisiva en la lucha social; a su vez, los maestros han actuado, por momentos, como si la victoria de su movimiento les sería dada mecánica e inercialmente por ser muchos (26 mil en paro) y tener las escuelas cerradas, y no han cuidado, me parece, lo suficiente la necesidad de demostrar la fuerza moral y razón que sí tienen.
En un primer análisis estratégico, podríamos señalar que el principal objetivo del gobierno han sido los niños y padres de familia: “maestro regresa a tu escuela, te necesitamos”, que toca las fibras más sensibles, reales y cotidianas de cualquier familia del mundo. Por su parte, las principales armas tácticas del magisterio han sido la huelga y las movilizaciones, y en ocasiones los bloqueos carreteros. A partir de esta interrelación de instrumentos de lucha, el oficialismo ha usado a su favor el ‘judo político’ y apuntado (con la inmensa complicidad de los medios y los recursos económicos de nuestros impuestos) sólo uno de los efectos de las acciones magisteriales, sin explicitar ni permitir dar a conocer las razones reales de la lucha. Esta táctica ha consistido en llevar toda la reflexión y mirada ciudadana al terreno de lo “periférico” en la toma de conciencia, como diría Piaget, a la legítima inmediatez de la escuela cerrada, el niño en casa cuando los papás trabajan, la carretera bloqueada cuando todo mundo circula, impidiendo de este modo que la reflexión colectiva avance hacia el “centro” del problema de conocimiento. Se ha logrado ocultar masivamente el centro de la lucha: las justas y muy necesarias demandas magisteriales acerca de que
Sin embargo, lo anterior no ha sido lo suficientemente explicado con materiales claros de difusión masiva (folletos, volantes, etc.) que construyan conocimiento en toda la población, que desencadenen algún mecanismo de “ruptura epistémica” en las mayorías. Así, este hecho, no buscado por el magisterio, pero aprovechado ampliamente por los promotores de
Este “obstáculo epistémico” para llevar la reflexión colectiva también al centro del problema, se explica por muchos factores: uno de los principales radica en la “obediencia ciega a priori a la autoridad” (Marín) con la que todos somos construidos desde la cuna, lo que hace que grandes sectores sociales repitan mecánica e infantilmente argumentos falaces y simplistas que instala la propaganda oficial, sin ningún cuestionamiento mínimo y viendo además al que propone argumentos críticos como un “peligro”. El origen del conflicto está en una ‘firma cupular’ al peor estilo de la historia nacional, totalmente espuria e ilegítima, antidemocrática y atentatoria a los derechos y la historia básica de la educación en México, pero esto resulta inobservable para las mayorías.
Otro factor ha sido, en ocasiones, la falta de explicación, por parte de los maestros, a la ciudadanía de los motivos y cambios tácticos en sus acciones de lucha, para que se entienda el análisis de la situación que hay detrás y no se vean sólo como acciones provocadoras hacia ‘terceros’; en ninguna lucha se puede obviar la necesidad de aumentar el apoyo de simpatizantes y aliados. Uno de los principios centrales para acumular fuerza moral, que el gobierno también usa ampliamente a su favor (“maestro, predica con el ejemplo”), tiene que ver con los medios de la acción. El fin no justifica los medios, o como diría Gandhi: “entre el fin y los medios hay una relación tan estrecha como entre la semilla y un árbol, de una mala semilla no puede crecer un buen árbol”. Por ello la necesidad de plantearse un factor de coherencia moral entre las acciones que se realizan (medios) y los fines de la lucha.
Finalmente, me parece que en esta nueva coyuntura no es ocioso preguntarse acerca de si hay otras formas de lucha alternativas o complementarias que le permitan al magisterio acumular más fuerza moral y apoyo ciudadano. La historia enseña que la principal arma del magisterio está en su organización, toma de conciencia y la construcción de conocimiento en el aula. No caigamos en la provocación de la espiral de violencia, desactivémosla como muy bien nos han mostrado la actual Comisión de Coadyuvancia junto a organizaciones civiles y el Consejo de los Pueblos de Morelos; construyamos el conocimiento colectivo más amplio posible que permita las acciones que nos ayuden a todas las partes a ganar en esta defensa de la educación pública, gratuita, de calidad y con medios materiales adecuados, constructivista- reflexiva y no evaluatoria-memorística finalizada hacia la “obediencia ciega a la autoridad”. Que el zócalo entonces se convierta simbólicamente en una “ejemplar escuela de vida democrática” para todos, donde se muestre concretamente con hechos la educación que queremos.
Pietro Ameglio
La Jornada-Morelos, 22/23 octubre 2008