Fuente: El Universal 10/10/08
¿Cómo establecer la "fiducia"?
Por:Juan María Alponte
¿Cómo restablecer la “fiducia” en los mercados? El adjetivo fiduciario, que califica las monedas en forma de billetes o monedas, debe su origen, etimológicamente, a un vocablo latino: fiducia. Posee inmensa dimensión humana: “confianza”.
Recordé la palabra leyendo un artículo del día 8, en la primera plana de The New York Times. Dice que, pese a la promesa de reducir las tasas de interés y los nuevos esfuerzos federales para hacer frente a la crisis, el miedo subsistía en Wall Street. El problema fundamental es la existencia, sí o no, de la fiducia.
Marco Polo, viajero universal, fue el primero en hacer llegar a los europeos algo novedoso de China: que “los chinos manejaban un papel, del tamaño de una mano, sobre el cual estaban impresas ciertas marcas o cifras y que ellos hacen pasar como moneda”.
Marco Polo exploró Asia a partir del año 1271 y estuvo al servicio de Kubilay Khan, emperador mongol, durante 16 años. En su libro Las maravillas del mundo (1298) contó eso: maravillas.
Lo cierto es que los billetes aparecieron en China (no en balde la China de nuestros días tiene una memoria histórica científica y monetaria muy antigua) hacia el inicio del siglo IX en una etapa de grandes hambrunas.
Ante esa situación, el emperador, actuando como mago financiero, pidió a los mercaderes y banqueros que entregasen todas sus monedas metálicas al Tesoro Real y, a cambio, se les entregarían “billetes”. Marco Polo, admirado, decía que “los chinos fabricaban una sustancia análoga al papel”. Como se ve, el poder se quedó con el “patrón oro” y emitió “papel”.
Lo que está haciendo Estados Unidos y, por extensión, y ante lo irremediable, Europa toma parecidas medidas: invadir el mundo con una sustancia análoga al papel y que lleva impresas unas cifras a gusto de lo imaginativo: 700 mil millones de dólares o 1.3 trillones como afirma ya el Fondo Monetario. Marco Polo, desconfiado, añadía: “Papeles que los chinos hacen pasar como moneda”.
En Europa, sin fiducia, retrasaron la presencia de los billetes hasta el inicio del siglo XVII. Los ingleses, ya con el dominio de los mares, los impusieron, oficialmente, en 1694.
La Francia de Sarkozy, y ello cuando Sarkozy, por la rotación impuesta por las normas de la Unión Europea, es el presidente de la Comunidad, ha tenido que convocar conferencias para “salvar” bancos y naciones.
El rey Luis XIV —“el Estado soy yo”— metido en guerras constantes a finales del siglo XVII, se encontró sin “medios fiduciarios” para los gastos de guerra.
Ante esa realidad se le ocurrió fundir su vasta vajilla de oro para producir monedas contantes y sonantes. Exigió, a sus aristócratas, que hicieran lo mismo entregando sus vajillas al Tesoro Real y, a cambio de ellas, les proporcionó unos “certificados”. En 1701, según la memoria de Nicolas-Jean Brehon, el Tesoro les entregó, por los certificados, unos fajos de billetes que, les aseguró (tuvieron que creerlo) podrían cambiar, en su día, por monedas.
Finalmente un banquero poco de fiar, John Law, emitió numerosas series de “billets de monnaye” y prohibió que los individuos retuvieran piezas de oro o plata. En suma, el “cambio” —veremos cómo lo hace Obama— se impuso por la fuerza y la astucia. Por cierto, Karl Marx cuando se casó con Jenny von Westfallen, de importante familia (tenía derecho al título de baronesa) transmitió a su hija una valiosa vajilla de plata.
En los innumerables momentos de pobreza radical, Karl Marx vendería una pieza valiosa. Su presencia era tan patética que pensaron que la había robado y estuvo una noche entera preso hasta que, al día siguiente, su esposa probó el origen de la plata. En la existencia terrible de los hombres y los pueblos, la fiducia, la confianza es lo primero que desaparece cuando políticos y gobiernos olvidan las prioridades fundamentales y cambian la fiducia por papel imaginario.
Recordé la palabra leyendo un artículo del día 8, en la primera plana de The New York Times. Dice que, pese a la promesa de reducir las tasas de interés y los nuevos esfuerzos federales para hacer frente a la crisis, el miedo subsistía en Wall Street. El problema fundamental es la existencia, sí o no, de la fiducia.
Marco Polo, viajero universal, fue el primero en hacer llegar a los europeos algo novedoso de China: que “los chinos manejaban un papel, del tamaño de una mano, sobre el cual estaban impresas ciertas marcas o cifras y que ellos hacen pasar como moneda”.
Marco Polo exploró Asia a partir del año 1271 y estuvo al servicio de Kubilay Khan, emperador mongol, durante 16 años. En su libro Las maravillas del mundo (1298) contó eso: maravillas.
Lo cierto es que los billetes aparecieron en China (no en balde la China de nuestros días tiene una memoria histórica científica y monetaria muy antigua) hacia el inicio del siglo IX en una etapa de grandes hambrunas.
Ante esa situación, el emperador, actuando como mago financiero, pidió a los mercaderes y banqueros que entregasen todas sus monedas metálicas al Tesoro Real y, a cambio, se les entregarían “billetes”. Marco Polo, admirado, decía que “los chinos fabricaban una sustancia análoga al papel”. Como se ve, el poder se quedó con el “patrón oro” y emitió “papel”.
Lo que está haciendo Estados Unidos y, por extensión, y ante lo irremediable, Europa toma parecidas medidas: invadir el mundo con una sustancia análoga al papel y que lleva impresas unas cifras a gusto de lo imaginativo: 700 mil millones de dólares o 1.3 trillones como afirma ya el Fondo Monetario. Marco Polo, desconfiado, añadía: “Papeles que los chinos hacen pasar como moneda”.
En Europa, sin fiducia, retrasaron la presencia de los billetes hasta el inicio del siglo XVII. Los ingleses, ya con el dominio de los mares, los impusieron, oficialmente, en 1694.
La Francia de Sarkozy, y ello cuando Sarkozy, por la rotación impuesta por las normas de la Unión Europea, es el presidente de la Comunidad, ha tenido que convocar conferencias para “salvar” bancos y naciones.
El rey Luis XIV —“el Estado soy yo”— metido en guerras constantes a finales del siglo XVII, se encontró sin “medios fiduciarios” para los gastos de guerra.
Ante esa realidad se le ocurrió fundir su vasta vajilla de oro para producir monedas contantes y sonantes. Exigió, a sus aristócratas, que hicieran lo mismo entregando sus vajillas al Tesoro Real y, a cambio de ellas, les proporcionó unos “certificados”. En 1701, según la memoria de Nicolas-Jean Brehon, el Tesoro les entregó, por los certificados, unos fajos de billetes que, les aseguró (tuvieron que creerlo) podrían cambiar, en su día, por monedas.
Finalmente un banquero poco de fiar, John Law, emitió numerosas series de “billets de monnaye” y prohibió que los individuos retuvieran piezas de oro o plata. En suma, el “cambio” —veremos cómo lo hace Obama— se impuso por la fuerza y la astucia. Por cierto, Karl Marx cuando se casó con Jenny von Westfallen, de importante familia (tenía derecho al título de baronesa) transmitió a su hija una valiosa vajilla de plata.
En los innumerables momentos de pobreza radical, Karl Marx vendería una pieza valiosa. Su presencia era tan patética que pensaron que la había robado y estuvo una noche entera preso hasta que, al día siguiente, su esposa probó el origen de la plata. En la existencia terrible de los hombres y los pueblos, la fiducia, la confianza es lo primero que desaparece cuando políticos y gobiernos olvidan las prioridades fundamentales y cambian la fiducia por papel imaginario.