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La mayoría y la normalidad

EMMA DÍAZ RUIZ - LUNES, FEBRERO 08, 2010
La mayoría y la normalidad

En muchos espacios se ha discutido el tema de los matrimonios gay desde muchas perspectivas, la mayoría condenando la homofobia que persiste no únicamente en diversos medios de comunicación y entre agrupaciones religiosas, sino en la propia estructura gubernamental.
En el mismo rubro en el que están siendo excluidos los homosexuales, lo están siendo también muchas personas por su carácter de mujeres, indígenas, pobres y un largo etcétera.

¿Por qué existe la figura del Estado laico? Aunque lo damos por sentado (no mucho últimamente), su razón de ser no es simplemente que se encuentra escrito en algún lugar de nuestra legislación como un dogma. El Estado es laico porque tiene el deber y la obligación de garantizar los derechos de los ciudadanos, sin distinción, pues todos los mexicanos somos iguales ante la ley.

Algunos dogmas religiosos son excluyentes en el sentido de que no todos los seres humanos gozan de la misma consideración, llámense mujeres, homosexuales, otras razas, creyentes de otras religiones, quizás hasta los hombres blancos en alguna religión africana, condición que no puede existir para un Estado como el que es, al menos en teoría, el mexicano. Esta contradicción, que inclusive ha suscitado debates en el propio seno de diversas organizaciones religiosas, es una de las principales razones por las que el Estado debe ser laico. Las personas que pertenezcan a cualquier secta o agrupación religiosa diferente de la predominante son, de esta manera, protegidas en cuanto a sus garantías individuales, así como las personas con preferencia homosexual, o cualquiera cuya circunstancia la defina como “minoría”. Así pues, decir que alguien con esta forma de ser no es normal, no sólo es profundamente discriminatorio, sino absolutamente erróneo. Todas las personas somos diferentes en cuanto a carácter y preferencias, pero iguales ante la ley.

Mi amiga Diana, atinadamente, apuntaba que los conservadores se encuentran aún en el siglo XVI discutiendo sobre si los indios tienen alma o no, porque para colmo de males se han elaborado encuestas para pedir la opinión de todos para determinar si es correcto o no otorgarle derechos a algunos mexicanos, es como poner a los blancos caucásicos a opinar sobre si los mestizos o los indígenas debemos tener derechos, o a los hombres a decidir si las mujeres debemos o no ser sometidas. Y aunque la opinión fuera favorable, no es una cuestión de opinión; no es una reforma económica ni política, estamos hablando de derechos fundamentales, de los que sólo son privados los criminales, y no existe en nuestra legislación ninguna línea que declare que es crimen ser homosexual (que sería una línea aberrante de cualquier modo). Las relaciones sexuales adultas con mutuo consentimiento no están penadas en ningún caso en nuestro país.

En cambio sí es un crimen la pederastia, que daña profundamente a los niños, aunque a decir del Cardenal solo sea “una enfermedad”. También es un crimen la violación, que forma parte, en muchos casos de los mecanismos de represión de algunos cuerpos policiacos contra la “masa rebelde”, como lo documentan casos como los de Atenco y Oaxaca. Asimismo, es un atentado contra los derechos humanos la práctica de la tortura, aunque sea ejercida en ocasiones por miembros del Ejército, ya que a la población civil nos rige la ley civil.

Sí, ocurren innumerables lesiones a los derechos humanos en el país, y cada una de ellas recae en una preconcepción “otro-fóbica” de superioridad autoritaria ante una persona diferente, al considerarla más vulnerable o “anormal”, y por esta razón es que las especificaciones a veces se hacen necesarias, como la reciente legislación del Distrito Federal que protege a las personas unidas en una relación homosexual, aunque la ley fundamental, la Constitución Mexicana no contraviene esta protección, como ha sido señalado por abogados constitucionalistas de renombre.

Por lo tanto, meterse en la discusión de si los homosexuales deben tener o no derechos, es de entrada, un cuestionamiento de su calidad de seres humanos, es decir, está completamente fuera de lugar.
La diversidad no es una utopía, es un hecho que, por mucho que renieguen a voces los retrógradas, está ligada a la conformación del mosaico social en el que vivimos y que merece y debe ser respetado en todo momento. La lucha de la comunidad lésbico-gay es la lucha del ser humano y nadie está exento, pues es la lucha por los derechos humanos de cada una de las “minorías”, que en realidad formamos en conjunto una aplastante mayoría en nuestro país.

¿En qué “minoría” se encuentra usted y qué injusticias sufre por esta circunstancia?

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