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NO NOS ESCUCHAN PERO TAMPOCO NOS CALLARÁN

Recibimos esta emotiva reflexión redactada desde el mismo lugar en donde toda la tragedia nacional de siglos y siglos de explotación ha encontrado su punto de salida.
Por su naturaleza misma decidimos publicarla aquí, tengamos en cuenta que Oaxaca es el actual corazón de todos, es nuestra sangre la que se está derramando en las siete regiones...
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Camaradas:
Pues después de mucho intentar escribir una crónica, me dí cuenta que cada que empezaba a escribir la pluma se me iba pa otro lado, y las palabras que a continuación les comparto eran las que revoloteaban en mi cabeza y pedían un espacio pa' hacerse.


T. Jara

No nos escuchan, pero tampoco nos callarán...
Los poderosos no escuchan a los inconformes.
En este mundo-sistema-momento político-realidad social, inconformarte contra la injusticia, la desigualdad, la impunidad, el verticalismo, la imposición, el aplastamiento, es de "alta peligrosidad".
Oaxaca es la viva expresión para quien tiene ojos para verlo y oídos para oírlo. Pero es poca esta gente, la que aún tiene capacidad de asombro y humanidad y se involucra en opinar críticamente sobre el tema.
La gran mayoría de nuestra sociedad no quiere ver ni oír. Está demasiado entretenida por la enajenante forma de vida individualista y su filosofía de consumo. La gran mayoría no tiene tiempo para darse cuenta de que lo que está mal no es su vida particular, sino el sistema mismo en el que está inserta. O dándose cuenta tiene miedo de decir lo que piensa porque teme ser excluida y rechazada.
Una gran mayoría se conforma con “lo poco que tiene” aunque reconozca que unos pocos tienen mucho más de lo que necesitan y merecen, en oportunidades, derechos y recursos. En cada status en que esté, la gran mayoría cree que no puede cambiar la realidad y la asume resignada, pasiva.
Una parte de esta mayoría gasta toda su energía y recursos en soluciones individuales, desde la psicología, hasta el arte, desde el humanitarismo hasta la caridad. Aunque de poco sirva para un cambio verdadero e incluyente.
Una gran parte de esta mayoría simplemente está cómoda como está, enganchada en deudas, con cada vez más reducido poder adquisitivo, siempre deseando mucho más de lo que se puede pagar, pero convencida de que si le echa ganas lo va a lograr y gasta sus recursos y energía en cursos de superación personal, compra recetas para ser exitoso y aprende la biblia de la competitividad neoliberal.
Consciente o no, esta mayoría se coloca del lado de los poderosos, legitima su imposición y les sostiene el mando. Y los poderosos no nos escuchan a los millones de inconformes, no entienden que hablamos de mínimos de justicia, de derechos humanos, de convicciones políticas, de propuestas diferentes. No quieren entendernos. Están vorazmente acumulando capitales económicos, políticos, simbólicos, para mantenerse en la jerarquía social e institucional, único lugar desde el que pueden seguir sometiendo.
Nos tachan de violentos, porque nos indignamos con sus engaños, con sus burlas, con el desprecio que le tienen a nuestra palabra, con la exclusión que hacen de nuestras demandas de sus listas de prioridades.
Nos tachan de delincuentes, porque no seguimos sus leyes restrictivas y estereotipadas, leyes válidas a conveniencia de intereses personales, leyes mil veces violadas y mil veces ensalzadas como fetiches.
Nos tachan de radicales, porque exigimos que las cosas cambien de verdad, porque estamos hartos de que nos prometan que las reformas y negociaciones mediadoras resolverán problemas, porque sabemos que aunque podrían resolverlos no lo hacen, porque se necesita un cambio de raíz.
Nos tachan de ingenuos y excluyentes porque decimos que ahí que lo vean, que nosotros podemos construir otra cosa, porque optamos lo mismo por la autonomía que por el anarquismo, que no es sinónimo de desorden, porque sabemos que tenemos caminos claros, sabiduría y energía para hacerlo de otra manera.
Y nos decimos democráticos como país. Traducimos como democracia la participación institucional exclusivamente; el voto es el ejemplo más claro aunque no el único. Es la única forma civilizada de participación democrática que parece legítima.
Pero la participación popular no tiene cabida. La manifestación del pueblo, de quien no sabe leer, de quien no conoce las formas de participación electoral, de quien simplemente no ha aprendido la importancia de la democracia social, de quien no puede participar porque no tiene acceso al padrón por la razón que sea, la participación de quien aún enajenado por el sistema identifica desacuerdos con éste y quiere expresarlo, la participación de quienes han acudido individual o gremialmente a todos los canales civiles encontrando burocracia, corrupción, negligencia, incapacidad, mediocridad, y nula solución a sus demandas. Esta participación no tiene cabida. Ha de ser aplastada porque es delincuencia, es radicalismo, es violencia.
¿Y la delincuencia del Estado y su aparato burocrático? ¿Y las otras delincuencias innombrables so pena de ser ejecutadas? ¿Y la delincuencia capitalista que privatiza hasta los derechos humanos? ¿Y la delincuencia de la sociedad que, con su silencio, su omisión y su permisividad con el status quo, le roba a quien menos tiene? Esa delincuencia si tiene cabida.
¿Y el radicalismo de estado, que de golpe y plumazo aplasta la voz de quien se inconforma y le corta las opciones, asesinándole o encarcelándole? ¿Y el radicalismo de las políticas privatizadoras que con violencia social descampesinizan el sector productivo, flexibilizan las legislaciones laborales, proletarizan a la sociedad, expulsan ejércitos de reserva dejando millones de familias desintegradas, echan a la calle a millones de niños y niñas y generan una juventud resentida y rebelde? Ese radicalismo si tiene cabida.
Igual que a las mujeres, a la mayoría de los hombres no los escuchan; no nos escuchan los poderosos. Pero no dejaremos de inconformarnos, NO. Seguiremos construyendo a pesar del aparente triunfo de la represión sobre la humanidad como lucha legítima, seguiremos diciendo NO ESTAMOS DE ACUERDO. A pesar de las burlas y las descalificaciones, a pesar de la hostilidad y el linchamiento, seguiremos inconformándonos.
Y seguiremos construyendo nuestra medida de ser en el mundo...

Con respeto por la lucha oaxaqueña y por todas las luchas de los y las inconformes...
Por la libertad de expresión, de manifestación y de reunión...
¡OAXACA VIVE, LA LUCHA SIGUE...!

30 de noviembre de 2006.

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