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El privilegio de protestar

Televisa te idiotiza, TVazteca te apendeja
pinta callejera. Guanajuato, Gto.

Los medios electrónicos de comunicación enfilan sus baterías contra la realidad y se ofrecen como anestésico de efecto prolongado. El objetivo de este enorme aparato telecrático es invadir la esfera de lo cotidiano creando un mundo alterno, una sociedad de melodrama con un poder adquisitivo mucho mayor que el de la amplia mayoría, misma que se entregará dócilmente a la simulación a cambio de algunas horas de distracción de sus crecientes problemas (¿Quién no ha escuchado en el transporte público platicar a las señoras en torno al mundo de la farándula? ¿Se han dado cuenta de que lo hacen con mucha familiaridad, como si conocieran a esas personas, como si fueran parte de su mundo, como si se tratara de un chisme del barrio? ¿Y qué me dicen de los dones? ¡hablan de equipos de futbol como si ellos fueran los dueños o los entrenadores!).
La dócil entrega de la conciencia por parte del ciudadano común se refuerza con la destrucción de las instituciones mediante el fomento de la apatía hacia la vida pública del país. Han sido las televisoras en sus emisiones de "análisis" político, juveniles y noticiosas, quienes se han dedicado desde el sexenio de Zedillo a la perorata estridente en contra de los Poderes de la Unión.
Hasta el último día del gobierno de Salinas criticar al sistema político era motivo de persecución y los medios masivos callaban, pero después vino una supuesta "apertura" de los medios; en realidad se trató de un cambio de estrategia por una más sutil y cuyos perniciosos efectos vemos en el comportamiento del ciudadano ante sus obligaciones políticas.
La nueva estrategia consistió en una primera fase en desgarrarse las vestiduras por "la situación del país", arremeter contra las instituciones y repetir incansablemente que "todos los políticos son iguales", "necesitamos renovar las instituciones", "la Constitución es inoperante", "los partidos no están vinculados a la sociedad", "los legisladores no aprueban los cambios que se necesitan" "no hay a quién irle, todos son corruptos" "en este programa nos interesa el bienestar ciudadano, por eso cuestionamos a todos (¿seguros?) los actores políticos".
El problema no es la veracidad de estas afirmaciones, sino que el vocinglerío mediático no promueve el empoderamiento del ciudadano mediante la organización social ni la participación ciudadana –sea ésta en organizaciones independientes o en los propios institutos políticos-, sólo fomenta la desesperanza y la apatía al tiempo que únicamente le reconoce a la ciudadanía el derecho de tachar una boleta y contarla (ejercicio alterable como lamentablemente hemos comprobado), ello encaminado a darle legitimidad protocolaria a la impostura de sus intereses mercantiles (como el caso de Gamboa Patrón, promotor de la Ley Televisa y premiado como coordinador parlamentario del PRI, sí el mismo que es amiguísimo de Kamel Nacif).

II

Una gran porción de los programas en televisión comercial tienen como público al sector juvenil, lo mismo pasa con la publicidad contratada y con las revistas editadas por las televisoras. No es de extrañar que a este sector se dedique gran parte del bombardeo ideológico mediático.
Nada más hay que ver campañas como la de "tienes el valor o te vale" donde estrellitas de dudosa calidad le tiran línea a la banda sobre qué valores son positivos. Otra es la de "no te calles, alza la voz" donde chavos comunes y corrientes denuncian la corrupción de otros individuos de a pie, partiendo de la ya muy choteada premisa de "la corrupción está en nosotros, forma parte de la cultura mexicana". El mensaje correcto es "TÚ eres el corrupto, tú el naquito, el que aguanta apretones en el metro, el que come en la calle, el que trabaja de mesero en borracherías (-se llaman antros –ah, perdón) para nenes ricos, el minero, el maestro, el trabajador del volante".
El objetivo es que el denunciante se sienta diferente por acusar a otro igual de pueblo raso que él: "no soy naco porque denuncio la corrupción de los nacos que me rodean". En esos mensajes NUNCA se juzga la figura de un político, de un sacerdote, de un góber precioso o asesino, de una lideresa sindical mafiosa, de un pederasta textilero, de la vieja de un alto funcionario público (-y de sus hijos, no se te olvide –no, ésos también), de una inculta y torva funcionaria que pone en peligro el arte y la cultura que se supone debe promover, de un candidato usurpador y borrachales.
Pero no todo para ahí, aparte de instituirse consejeros éticos absolutos, los medios masivos de comunicación y el aparato oligárquico neoliberal y fundamentalista de derecha que los utiliza de altavoces (ya saben que el Consejo Coordinador Empresarial está conformado por yunquetos de altos vuelos ¿verdad?, bueno, pues ya lo saben, pero como en éste segmento no tiramos línea, vayan y consulten con sus propios ojitos el Proceso #1562 del 8 de octubre, no sean flojos) también es juez. Sólo a ellos compete distinguir entre los buenos y los malos mexicanos.
Los buenos son los que "trabajan por México", los que "aman la paz"; en pocas palabras, los que les producen ganancias con su sudor y lo hacen en silencio, procurando no perturbar la santa paz del patrón. El premio es ver la tele tranquilitos, sin preocuparse de nada (¿no fue el corriente con botas el que dijo "sean felices, no lean"?) y poder endeudarse en Elektra o de boletazo con la tarjeta de crédito (y la ilusión de que el patrón los considera menos nacos que los otros).
Los malos mexicanos somos los que no participamos del juego político de los medios masivos; para nosotros la respuesta a la demanda de inserción social digna es el garrote. La represión puede ser psicológica, determinando a través de la pantalla chica quiénes son los malos ciudadanos, los violentos, los ilegales y emprendiendo campañas de linchamiento haciendo uso de imágenes y frases estridentes diseñados para infundir temor.
Como ejemplo tuvimos durante el proceso electoral la campaña dirigida al sector juvenil "tu rock es votar" con la frase "si no votas, cállate"; sectarismo disfrazado de civismo pues se adujo que somos "ciudadanos responsables" (es decir, "mejores") quienes optamos por la vía de participación política electoral.
Nadie dice nada sobre las bondades para la incipiente cultura democrática del país que pueden desprenderse de la organización civil política y a quienes decidieron no sólo votar, sino defender su voto, se les clasifica automáticamente como "vándalos","porros","fósiles universitarios","gente sin nada que hacer; sólo buscan romper nuestra unidad" (¿cuál unidad?, México es una contradicción en sí mismo ¿Ya leyeron El laberinto de la soledad de Octavio Paz? Y eso que es de los textos MÍNIMOS para entender cómo y de qué está hecho el país) porque el derecho de opinar sobre el destino del país termina en el momento en que la boletita cae por la rendija de la urna.

La tele como supremo juez de la nación, de la Nación Televisa, donde el Osito Bimbo es el presidente y la carita de Sabritas la primera dama.

Para quien no opta por la vía electoral o radicaliza su movimiento, la respuesta es más contundente: el garrote físico. Tenemos recientemente el caso de Atenco, donde fueron golpeados y encarcelados muchos jóvenes estudiantes de diversas instituciones públicas (la mayor parte de escuelas de educación superior, como la UNAM y la ENAH) y el caso de la APPO, legítimo movimiento popular al cual debemos admirarle la firmeza con la que sostienen su desobediencia civil. Han empezado la labor más difícil de todas: dejar de conceptualizarnos como el poder dice que lo hagamos; dejar de reconocerse en el espejo del mexicano de festejo futbolero en el Ángel o de día del grito que nos vende la televisión.

¿Quieren más? ¡pues hay más!: no sólo nos dicen qué y quiénes son los buenos y los malos, sino que solamente ellos pueden protestar contra lo que está mal en la sociedad.
Contrasta el fascista comercial de Jumex –en el cual sale un activista en medio de Reforma y de pronto es aplastado por una megabotellotota de jugo que cae del cielo, aduciendo no se qué estupidez entre las diatribas del individuo y la sed- con los programas de TV(h)azcaca de supuesta "denuncia ciudadana".
No abordaré al insufrible Garralda y su programa A quien corresponda, (porque finalmente el formato de éste es de reportaje y el tipo no sale del estudio), sino a una ramplonsísima emisión denominada Los supercívicos donde unos superhéroes de bajo presupuesto se ponen a hacerle estropicio y medio a "los ciudadanos malportados", dependiendo de la actitud negativa que estén denunciando.
Citaré como ejemplo la exacta contraparte del comercial de los jugos Yunquex. Uno de los monigotes estos se para en una gasolinería con un megáfono instando a los automovilistas a no comprar en ese establecimiento porque la Profeco lo pone en el primer lugar de su lista de gasolinerías que dan litros de a 800 ml. ¿De qué se trata?, ¿Sólo los bufonetes televisivos tienen derecho a protestar? Se quejaron del Megaplantón porque "afectaba a terceros" ¿y no se afecta al dueño de la gasolinería exhibiéndolo como ladrón? ¿no se molesta al automovilista al obligarlo –las cámaras están ahí; si se resiste a dejar el establecimiento, será exhibido en cadena nacional como tonto- a buscar otra gasolinería?.
Digo, si tanto interés tienen en exhibir a los gasolineros defraudadores ¿por qué no mejor dejan el discurso superfluo y hacen un reportaje sobre el grandísimo ladrón que es Juan Camilo Mouriño, uno de los torvos personajes del primer círculo fecalista y dueño de las gasolinerías que más roban?.

La siempre legítima denuncia social como espectáculo televisivo, para causar risa, para burlarse del afectado. Las protestas de los que no están delante de una cámara, como terrorismo, como violencia contra México, como intento por destruir "lo que hemos logrado" (¿quiénes?). El privilegio de protestar.

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